miércoles, 23 de enero de 2013

EL EFECTO ARMSTRONG:


Lance Armstrong luego de ser el súper ídolo del ciclismo mundial, la prueba del férreo espíritu humano que se sobre pone a la enfermedad y conquista sus sueños, pasó a ser un paria, un leproso social, uno de los peores estafadores de la actualidad.

En mi sentir creo que el hombre, como la mayoría de las superestrellas postmodernas que nos venden a diario, tiene de ambos. Dentro de él, esta esa esencia, ese ser magnifico con sueños sublimes de coronas de laurel e inquebrantable actitud ante las adversidades y el dolor. Pero también convive junto a lo bello, lo sucio del egoísmo, el torcido propósito de ganar a toda costa y la penosa vanidad, pero no porque la tuviera el deportista en si, sino porque le llega de afuera, le influye, le corrompe.

A este ser humano invaluable, que a los 13 años ganó el “Iron Kids Triathlon” que derrotó con su voluntad el cáncer, que quizo conquistar cumbres y devorar kilómetros con su caballito de acero y que buscó hacerlo en forma única, le llegó el patrocinio, le llegó el comercio, le llegaron las grandes corporaciones con su deseo insaciable de vender por sobre todo… le llegó el verdadero cáncer que corroe hoy toda nuestra sociedad.

El mercado ve en el Tejano de hierro la posibilidad de crear un héroe posmoderno. Héroe que por ser posmoderno, no requiere valores sublimes ni calidades morales superiores, como los de antes… solo requiere ser un ganador… no importa como.

Es pues Lance Armstrong una consecuencia del mercado, es un hijo del todo vale, es en últimas un producto más de las grandes compañías patrocinadoras. Todo en el mundo actual se compra y se vende, todo es un producto, todo tiene un equivalente monetario.

Todo ello no es solo patrimonio del ciclismo, como algunos histéricos lo quieren ver; es el efecto del “profesionalismo” en el deporte, de la permeabilización del dios oro en la actividad deportiva. La situación es hija del Midas posmoderno que todo lo que toca lo vuelve más dinero, rentabilidad y lucro desmedido, de ese dios perverso que se apodera del alma y del espíritu del luchador hasta convertirlo en un rendimiento más.

Estoy seguro de que si no hubiese tenido un respaldo tan poderoso, sino estuviera tras de él, grandes capitales comprometidos, este hombre de familia, no hubiese podido esconder la dura y triste verdad todos estos años. Sin lugar todo el engranaje corporativo posmoderno que tenía detrás, lo sostuvo en su podio hasta que la mentira cayó por su propio peso.

Por eso el penoso caso Armstrong nos debe llevar a cuestionar no al hombre y sus debilidades, sino al capital inmerso en el deporte que lo está convirtiendo en un producto más, rebajando héroes a mercaderes.

JCAL

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